Aviso legal

Utilizamos cookies propias y de terceros para fines analíticos y para mostrarte publicidad personalizada en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación (por ejemplo, páginas visitadas). Para más información consulta nuestra política de cookies. Puedes Aceptar, Rechazar o Configurar las cookies, pulsando los botones dispuestos para ello:

       


Opinión CESM >> La casta médica: del mito del privilegio a la realidad de la explotación

.

Publicado el 29/07/2025
 Artículo elaborado por nuestro tesorero y médico de Urgencias Hospitalarias, Francisco Martínez, y publicado en prensa regional 

Publicado en el diario La Opinión de Murcia el 29 de julio de 2025
Durante años, se ha instalado en el discurso público la idea de la “casta médica”, entendida como un grupo profesional supuestamente privilegiado dentro del sistema sanitario. Esta etiqueta, repetida en medios, tertulias y hasta en ámbitos políticos, ha contribuido a generar una imagen distorsionada del médico como alguien que disfruta de ventajas injustificadas frente a otros colectivos y como un colectivo que reclama beneficios corporativistas. Sin embargo, esta percepción no solo es errónea, sino profundamente injusta, ya que encubre una realidad mucho más amarga: la de una profesión cada vez más precarizada, sobrecargada y menos valorada.
Si realmente hablamos de un sistema de castas, habría que admitir que el médico ocupa, en la actualidad, un estrato laboralmente explotado dentro de esa jerarquía. Lejos de constituir una élite privilegiada, el médico es hoy un trabajador que soporta jornadas interminables, guardias de 17 o 24 horas, obligatorias y adicionales a su jornada que se encadenan sin descanso suficiente, una presión asistencial creciente y una carga de responsabilidad que no se ve reflejada ni en su salario ni en sus condiciones laborales.
Uno de los argumentos más habituales para justificar esta supuesta “casta” es el diferencial retributivo respecto a otros profesionales sanitarios. Pero esta diferencia es, en la práctica, el resultado directo de un exceso de horas trabajadas. Se retribuye más porque se trabaja mucho más. Y no sólo eso: esas horas adicionales en concepto de guardias médicas se pagan a un precio inferior al de la jornada ordinaria. Es decir: al médico se le exige más y se le paga menos por ese esfuerzo adicional. Lo que parece un privilegio en la superficie, en el fondo es una anomalía laboral.
A esta situación se le suma un problema estructural cada vez más evidente: el déficit de médicos en el sistema sanitario público. Una escasez de recursos humanos que, lejos de abordarse con medidas estructurales y planificación responsables, está sirviendo como excusa para precarizar aún más las condiciones laborales del colectivo. El sistema debe garantizar la atención sanitaria que la ciudadanía necesita, pero con menos facultativos y una política que no deja de ampliar las carteras de servicios. Una quizá sana intención que, si no va acompañada de inversión y recursos, finalmente produce una presión insostenible sobre los mismos médicos que ya estaban desbordados. Así, las condiciones de trabajo se vuelven abominables, menos asumibles y abiertamente injustas. Sin una planificación adecuada de recursos humanos y servicios, cualquier intento de mejora asistencial se convierte en una forma encubierta de explotación.
 
El problema no es sólo económico, es también de dignidad profesional y de salud mental. Esta situación genera un agotamiento crónico, dificulta la conciliación familiar, favorece la fuga de talento joven al extranjero o a la actividad privada y mina progresivamente la motivación de quienes han dedicado años de estudio y sacrificio a una profesión vocacional. Mientras tanto, el discurso de la “casta médica” sirve como cortina de humo para evitar abordar reformas estructurales que garanticen condiciones laborales justas, estables y sostenibles en tiempo y forma.
Además, este discurso divide. En lugar de fomentar la unidad entre profesionales sanitarios, enfrenta colectivos y alimenta un relato perverso: el que criminaliza al que más trabaja por pedir mejores condiciones. En este contexto, reivindicar no es un acto de arrogancia, sino una necesidad de supervivencia, tanto del profesional como del sistema de salud que -hasta no hace mucho- considerábamos de una elevada calidad y al que creemos que la ciudadanía sigue teniendo derecho.
Es hora de desmontar el mito: no hay “casta” en el médico que pasa noches enteras en un hospital, que toma decisiones críticas bajo presión constante o que trabaja el doble por unos ingresos minorados. Lo que sí hay es un sistema perverso que se ha acostumbrado a sostenerse sobre el sobreesfuerzo de unos pocos, mientras invisibiliza su sacrificio y evita su reconocimiento.
Reivindicar condiciones dignas no es un privilegio, es un derecho. Y defender al médico es, en última instancia, defender la calidad del sistema sanitario para todos. Dejemos atrás los tópicos y apostemos por condiciones laborales que motiven a los médicos a quedarse en el Sistema Nacional de Salud. 
¡Es el momento!

.